La vida de Beatriz Uscanga cambió para siempre el 4 de septiembre de 2025. Ese día, a las 8:45 de la mañana, recibió la última llamada de su hijo Sebastián Menéndez Hernández, de 18 años. Estaba en la Nueva Central Camionera de Tlaquepaque, Jalisco, esperando a un vehículo de plataforma que, según le dijo, le habían mandado para llevarlo a una entrevista de trabajo. Desde entonces no volvió a contestar.
Su teléfono se apagó y su rastro se perdió.
Sebastián es ahora parte de la historia de desapariciones en la terminal de autobuses, un punto que se ha convertido en escenario de reclutamiento forzado a través de falsas ofertas laborales.
Su madre, originaria de Cosamaloapan, Veracruz, emprendió un viaje de más de 900 kilómetros en autobús durante dos días para llegar a Jalisco y buscarlo. Perdió un vuelo que intentó tomar de emergencia, pero nada la detuvo: “Yo no me voy de aquí hasta recuperar a mi hijo”, asegura firme en entrevista con MILENIO.
Inicio de la búsqueda
El 30 de agosto salió de casa para volver a Querétaro. Días después le dijo a su mamá que tenía “una sorpresa”. Ella lo escuchó inquieta, con la sensación de que algo no estaba bien.
La sospecha se confirmó el 4 de septiembre, cuando Sebastián la llamó desde la central camionera de Tlaquepaque:
“A Sebastián le pagaron su boleto, Sebastián no lo compró, a mi hijo alguien le pagó su boleto y el Uber también se lo mandaron. Yo por el teléfono le grité que buscara ayuda, me colgó diciéndome que iba solamente a una entrevista y regresando de la entrevista me volvía a marcar. Desde ese momento en que él se sube al Uber, enseguida le volví a marcar… a los tres minutos su teléfono estaba completamente apagado”. Desde entonces, no sabe nada de él.
Al enterarse de la desaparición quiso denunciar en Veracruz, pero le advirtieron que el trámite podía tardar hasta seis meses en llegar a Jalisco. Decidió entonces viajar ella misma.
Llegó a Guadalajara el 11 de septiembre y presentó la denuncia formal. “Ni siquiera la ficha se podía, si tú no eres de aquí, no puedes hacer nada, tienes que venir a fuerzas estatales”, recuerda.
En Guadalajara no conocía a nadie. “Aquí estoy en un lugar, en una casa de apoyo que está muy bien, muy segura, para madres como yo. Hay psicólogos, hay abogados, hay un sinfín de cosas, pero yo, las puertas que me han abierto en todos lados son de ellos, gracias a ellos”.

En el expediente de la Fiscalía de Jalisco ya se han dado los primeros pasos. Beatriz cuenta que después de casi un mes de la desaparición, finalmente le entregaron la sábana de llamadas de su hijo. “Apenas ayer (martes) me acabaron de sacar la sábana de llamadas. Ayer, después de 25 días, apenas ayer, la sábana de llamadas”, narra con impotencia.
Los registros confirmaron que Sebastián sí estuvo en Jalisco y fue trasladado hacia Zapopan. Sin embargo, por tratarse de una carpeta abierta, su madre no puede revelar mayores detalles.
“Hay mucha investigación. No puedo decirte más allá de alguna forma porque hay una investigación; hay mucha investigación”, repite, con la esperanza de que el rastreo de la Fiscalía lleve a dar con su paradero.
Pero su promesa sigue firme: no se moverá de Jalisco hasta encontrar a su hijo.
“Yo sé que Sebastián me conoce, sabe que yo lo iba a buscar al primer, segundo día de su ausencia. No me voy a detener por nada. Quiero a mi hijo, pero lo quiero vivo”, sentenció.
¿Quién es Sebastián?
Sebastián nació en Veracruz. Dejó sus estudios de preparatoria y comenzó a trabajar en un restaurante en Querétaro.
“Es un muchacho tranquilo, muy hermético de sus cosas; es amable, amiguero, bondadoso; es alguien que se quita los zapatos y te los da a ti, por eso lo estoy buscando, si yo supiera que quizás es una persona de mal no estaría aquí”, relata Beatriz.
La descripción física de Sebastián es detallada, como una guía para quienes puedan verlo en la calle. Tiene lunares en ambas mejillas y en la frente, pecas en el rostro y una cicatriz en el abdomen derecho.
Sus tatuajes lo hacen inconfundible: una mariposa negra en la mano izquierda, una inscripción detrás de la oreja derecha, una leyenda en letras árabes en ambas pantorrillas y una cruz en el brazo derecho.

Es delgado, mide 1.80 metros, tiene el cabello ondulado, corto y castaño oscuro, y piel morena clara. El día de su desaparición vestía camisa negra de manga larga, chamarra negra con un logo, pantalón de mezclilla azul claro, tenis blancos y una cadena con un dije de San Benito.
Mucha seguridad, pero sigue el problema
Ha pasado un año desde que el gobierno municipal implementó los operativos de vigilancia en las inmediaciones de la central de autobuses para inhibir las privaciones de la libertad, cuando todavía estaba al frente del gobierno de Jalisco Enrique Alfaro, que durante su administración negó que fuera un sitio de desapariciones.
Ahora las evidencias lo contradicen. Del 1 de octubre de 2024 al 29 de septiembre de 2025, 55 personas han sido rescatadas por elementos de diversas corporaciones en la central de autobuses. Todas llegaron ahí con la promesa de un empleo.
Según información del ayuntamiento, del total de personas rescatadas hay 21 mujeres, 11 de ellas menores de edad; 32 hombres y 17 menores de edad.

Las autoridades presumen la efectividad contando rescates, pero testimonios de familias como la de Beatriz demuestran que la problemática persiste.
“Hablamos de un probable reclutamiento de los jóvenes, porque no solamente es mío. Son muchísimos los que están desaparecidos y desaparecen a diario”, dice la madre de Sebastián.
En diciembre de 2024, el gobernador Pablo Lemus anunció un operativo de seguridad en las centrales de autobuses de Jalisco para frenar el reclutamiento criminal y las desapariciones. Participan la Guardia Nacional, el Ejército, la Policía Estatal y la municipal. Además, se reforzó la videovigilancia conectando cámaras al sistema C4 de Tlaquepaque y al Escudo Urbano estatal.
Sin embargo, los casos continúan. Beatriz ha documentado personalmente que en la central de Tlaquepaque hay deficiencias graves en la seguridad:
“He contado más de 230 cámaras, yo sola, adentro arriesgándome. Afuera todo el perímetro está cubierto, pero en el módulo 7, donde les están comprando los boletos en Futura, no hay cámaras. No es posible que a mi hijo se lo haya tragado la tierra”.
La madre exige que el gobierno ponga atención: “No necesitamos un Mundial en Jalisco. Necesitamos a todos los desaparecidos. Un Mundial no, señores. Señor gobernador Lemus, no al Mundial. Sí a encontrar a todos los desaparecidos, por favor”.
Aferrada a la esperanza
A pesar del miedo y la incertidumbre, Beatriz se aferra a la esperanza. Habla con Sebastián como si pudiera escucharlo:
“Él sabe que lo estoy buscando, él sabe que no podría desaparecer. Yo sé que tiene miedo dónde estás, yo sé que quizás estás amenazado; pero vengo desde Veracruz, tú vienes desde Querétaro. Yo te voy a encontrar hasta debajo de las piedras, hijo. No estás solo, no me voy a detener por nada. Quiero a mi hijo, pero lo quiero vivo”, lo repite una y otra vez.

Su voz se quiebra, pero no pierde la fuerza. En cada palabra se mezcla el dolor con la determinación. Beatriz es solo una de tantas madres que han llegado a Jalisco a buscar a sus hijos. Su historia es un recordatorio de que, detrás de cada cifra oficial, hay un rostro, un joven con sueños, una familia que lo espera.
La tensión entre la narrativa oficial y la experiencia de las familias de desaparecidos es evidente.
Mientras el gobierno asegura que se han localizado a decenas de personas gracias al operativo, madres como Beatriz recuerdan que los casos siguen ocurriendo.
Y Beatriz, como muchas otras madres, seguirá caminando las calles de una ciudad que no es suya, pero que ha convertido en su territorio de lucha, hasta que pueda cumplir su promesa: volver a abrazar a Sebastián.
MC