Durante el segundo de sus cuatro conciertos agotados en el estadio Forest Hills de Queens, Chappell Roan, superestrella del pop de 27 años, confesó algo a la multitud de más de 13 mil personas: “Nunca pensé que llegaría a ser tan grande”.
Fue una confesión sorprendente por parte de una estrella que, en el escenario y en los discos, se desenvuelve a sus anchas con la seguridad de una emperatriz, como si el planeta y quizá toda la galaxia fueran suyos.

Sin embargo, también fue una confesión característicamente honesta de una cantante que ha sabido establecer un sentimiento de intimidad y confianza con todos sus admiradores, en gran medida porque dice lo que piensa.
“Cuando te vuelves más famosa —continuó Roan—. La gente tiene expectativas: ‘Ahora estás a este nivel, así que deberías ser así. Creo que me acostumbré a esa realidad, pero no tengo por qué creérmela, supongo”.
El rugido con el que respondió el público —lleno de admiradores con mucho maquillaje y sombreros de vaquero rosas, fajas de satén y todas las demás referencias a Chappell Roan— sugería que estaban de acuerdo con ella.
Los cuatro conciertos de Roan en Queens durante la semana pasada fueron el inicio de una gira por Estados Unidos titulada Visions of Damsels & Other Dangerous Things (Visiones de Damiselas y Otras Cosas Peligrosas), un recorrido breve y poco convencional que demuestra cómo sigue diferenciándose de la clásica imagen de una estrella emergente del pop.

Gracias al espectacular éxito de su año debut, Roan pudo haberse presentado en grandes estadios. La gira Damsels es algo más pequeño y bien planeado: ocho “conciertos emergentes” en estadios de tamaño medio en solo tres ciudades (Nueva York, Kansas City y las afueras de Los Ángeles) que ella ha descrito como una “oportunidad de hacer algo especial antes de escribir el próximo álbum”.
Los dos conciertos a los que asistí estuvieron llenos de energía: No fueron un anticipo de lo que le espera a Roan, sino más bien el broche de oro de un largo y triunfante periodo promocional para su álbum de 2023, The Rise and Fall of a Midwest Princess, (El acenso y la caída de una princesa del Medio Oeste) un éxito inesperado que narra el autodescubrimiento romántico de una joven cuir.
Aunque el sonido del álbum es de un synth-pop muy pegajoso, en vivo, Roan y su banda femenina dejaron al descubierto la vena rocanrolera que siempre estuvo latente en las canciones.
(El escenario y el vestuario, que cambiaron con frecuencia, se inspiraron a partes iguales en el subgénero de la novela rosa y en Juego de tronos, mientras Roan, llena de energía, brincaba por un castillo gótico con iluminación sombría). La decisión de cantar su propia versión de Barracuda de Heart —solo en uno de los conciertos, con Nancy Wilson de Heart en la guitarra— dejó claro algo: Chappell Roan es una estrella del rock.

El estilo de muchas de las canciones de Roan se traduce muy bien en vivo: su tensión va aumentando de manera gradual hasta llegar a un estallido catártico.
Un ejemplo es la frenética Hot to Go, en la que una estrofa expectante da lugar a un pre-coro explosivo con una coreografía atractiva y sencilla, como la canción Y.M.C.A., pero incluso con más orgullo gay. My Kink Is Karma, un himno rencoroso y feroz —uno de los mejores momentos del concierto— sonó más poderoso sobre el escenario, con el toque especial de la percusión atronadora y las guitarras estridentes de la banda de Roan.
Debido a la fuerza con la que cantó el público, casi ni tuvo que cantar una sola nota de Pink Pony Club, con la que obviamente dio fin al espectáculo. La canción es una oda a la libertad que se puede sentir en el escenario. Fue un recordatorio de que el meteórico ascenso de Roan se debe a su talento en vivo.
Aunque The Rise and Fall of a Midwest Princess no causó una gran impresión durante los primeros seis meses de su lanzamiento (solo vendió siete mil copias en su primera semana), en 2024, Roan empezó a llamar la atención poco a poco gracias a la fuerza de sus presentaciones en vivo: le abrió a Olivia Rodrigo en febrero, asombró a la multitud que asistió a su NPR Tiny Desk Concert en marzo y acaparó la atención durante su actuación en Coachella en abril.
Su interpretación de Pink Pony Club, un sencillo que ha tenido un éxito gradual (publicado por primera vez en 2020), en los premios Grammy de este año pareció una coronación, pues el público —lleno de personalidades de la industria musical que quizá no habían oído hablar de ella un año antes— se puso de pie y cantó con ella.

La lista de canciones del concierto en Forest Hills fue una afirmación de la confianza continua que Roan siente en la fuerza de su álbum debut, y de que no tiene ninguna prisa en lanzar su siguiente álbum. Eso es refrescante.
En una época de interminables ediciones de lujo reeditadas con tibias canciones extra, muchos artistas se habrían apresurado a sacar un LP, o al menos una versión ampliada de su álbum de éxito relativamente conciso (14 canciones).
Qué fácil (¡y lucrativo!) habría sido incluir su sencillo Good Luck, Babe!, lanzado aparte, y algunos otros lados B en una nueva versión del álbum, que pudo haber titulado, por ejemplo: The Rise and Fall of a Midwest Princess: The She Is Risen Edition.
En lo que respecta a su estrategia de lanzamientos, Roan ha demostrado una notable moderación y control de calidad.
En los dos años transcurridos desde Midwest Princess, solo ha publicado tres temas: Good Luck, Babe; el juguetón tema pop-country The Giver y la soñadora y melancólica balada de ruptura The Subway, que no se parece a nada de lo que se escucha en la radio actualmente, pero podría sonar a la nueva versión de una canción de Cocteau Twins interpretada por Alanis Morissette.
The Subway fue una de las canciones favoritas del público en vivo (la estrenó durante una imponente actuación en el Governors Ball del año pasado en Nueva York, disfrazada de taxi), y Roan ni siquiera estaba segura de querer grabarla en un estudio.

Parte de este ritmo es una estrategia de supervivencia para una artista que a menudo ha intentado proteger su salud mental. Forest Hills fue un lugar conmovedor para iniciar la gira de Damsels: Allí se celebró el Festival All Things Go, del que Roan se retiró abruptamente el año pasado por motivos personales.
Recibió tanto admiración como críticas por su decisión, pero una y otra vez ha demostrado ser una artista a la que no le interesa satisfacer las supuestas exigencias de la fama. Sus decisiones más recientes parecen tener menos que ver con el crecimiento exponencial descontrolado que con aprender a escalar de manera lenta y estratégica.
La otra reina del pop que también ha llegado a la cima, Sabrina Carpenter, ha optado por una estrategia totalmente distinta que conlleva sus propios riesgos y recompensas.
El mes pasado lanzó su propuesta musical más reciente, Man’s Best Friend, una candente continuación de su exitoso álbum ganador de un Grammy Short n’ Sweet, que salió casi un año antes. Este álbum tiene algunos momentos luminosos, y ha generado otro éxito irreverentemente pegajoso, Manchild, pero en general carece de la magia de su predecesor y acerca peligrosamente el personaje de Carpenter al terreno de la autoparodia.
Por otro lado, Man’s Best Friend existe, y con ese álbum Carpenter ya se libró de la presión de continuar un álbum exitoso con lo que viene a continuación, y está a punto de comenzar una nueva serie de conciertos en su gira Short n’ Sweet. Cuanto más tarde Roan, mayores serán las expectativas.

Sin embargo, esas preocupaciones estuvieron a kilómetros de distancia en Forest Hills, donde sus dos últimas canciones se escucharon con una intensidad especial. The Giver sonó con la potencia de un clásico lleno de ritmo, y The Subway fue una deslumbrante muestra de la belleza emotiva de la voz de Roan.
Otra canción que adquirió un significado más nítido sobre el escenario fue la balada California, penúltimo tema de Midwest Princess, una canción que cuenta la desgarradora experiencia de una artista que sigue esperando a que llegue su gran oportunidad.
“La gente siempre dice: ‘Si aún no ha sucedido, entonces quizá deberías irte’”, cantó Roan, y la frase adquirió una nueva ironía en un recinto completamente lleno.
Parecía decir que ya había esperado bastante su momento. Ahora le tocaba crecer a su propio ritmo.
MD