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  • Torreón pasó de rancho a ciudad, gracias al silbato del tren; esta es la historia

Su historia, marcada por locomotoras, algodón y migrantes, sigue viva en el Museo del Ferrocarril y en la memoria lagunera.| Archivo

Su historia, marcada por locomotoras, algodón y migrantes, sigue viva en el Museo del Ferrocarril y en la memoria lagunera..

Para conocer la historia de Torreón es indispensable remontarse a 1883, año en que los primeros silbatos de locomotora rompieron el silencio del desierto lagunero. En aquel entonces, Torreón no era más que un pequeño rancho polvoriento a orillas del río Nazas, un paraje donde predominaban las huertas, los hatos ganaderos y la dureza del clima. 

La llegada del Ferrocarril Central Mexicano marcó un antes y un después: en menos de tres décadas, el caserío se transformó primero en villa (1893) y posteriormente en ciudad (1907), convirtiéndose en uno de los polos de mayor crecimiento económico durante el Porfiriato.

El ferrocarril no solo transportaba pasajeros. En sus vagones también llegaban mercancías, herramientas, insumos para la agricultura y la ganadería, víveres y nuevas tecnologías. 

Cada viaje significaba abrir ventanas al mundo, pues los productos que antes tardaban semanas en arribar mediante carretas, de pronto podían llegar en cuestión de días. Y lo más importante: los fardos de algodón que nacían en las fértiles tierras de la Laguna encontraban un camino seguro hacia mercados nacionales e internacionales.

“Gracias a la llegada del ferrocarril, aquel rancho de Torreón ascendió de categoría en menos de 30 años. El ferrocarril no solo transportaba personas, también movía mercancías, alimentos, herramientas. Abrió un panorama de diversificación cultural y tecnológica que impulsó la ganadería y la agricultura. Fue el motor que permitió el desarrollo de la comunidad durante el Porfiriato”, explica Johan Martínez, director del Museo del Ferrocarril de esta ciudad lagunera.

Torreón pasó de rancho a ciudad, gracias al silbato del tren
El ferrocarril no solo transportaba pasajeros. En sus vagones también llegaban mercancías, herramientas, insumos | Enrique Torres

El Porfiriato y el oro blanco

Durante el gobierno de Porfirio Díaz, el país experimentó un acelerado proceso de modernización, y el ferrocarril fue el símbolo más visible de esa transformación. 

En la Comarca Lagunera, las nuevas vías impulsaron lo que se conoció como el boom algodonero, que a inicios del siglo XX convirtió a la región en una de las principales productoras del llamado 'oro blanco'.

Empresarios como Evaristo Madero, abuelo de Francisco I. Madero, así como capitales nacionales y extranjeros, invirtieron en haciendas y fábricas. 

El ferrocarril garantizaba que la producción se moviera con rapidez hacia puertos y centros urbanos. Esta dinámica atrajo a migrantes de distintas partes del país: tlaxcaltecas, zacatecanos, duranguenses y coahuilenses llegaron en busca de trabajo, y con ellos florecieron barrios, comercios y un incesante bullicio urbano.

Torreón pasó de rancho a ciudad, gracias al silbato del tren
En la Comarca Lagunera, las nuevas vías impulsaron lo que se conoció como el boom algodonero | Enrique Torres

El Museo del Ferrocarril: memoria viva de los 

rieles


Debido al impacto histórico del tren en la identidad lagunera, el 7 de noviembre de 1998 se inauguró el Museo del Ferrocarril de Torreón, justo en lo que antiguamente fueron los talleres de carpintería y herrería de Ferrocarriles Nacionales de México. 

El sitio no fue una estación, como muchos creen, sino un espacio donde se fabricaban y reparaban piezas para las locomotoras.

“El museo es un museo de sitio. La gente piensa que aquí fue estación, pero en realidad eran talleres. Fue donado al municipio en 1998 y ese mismo día, 7 de noviembre, se inauguró. Curiosamente coincide con el Día del Ferrocarrilero, lo que refuerza su valor simbólico”, relata Martínez.

A lo largo de sus 27 años de existencia, el museo se ha convertido en un espacio de encuentro para laguneros y visitantes. Tan solo entre 2022 y 2024 recibió a más de 38 mil personas, con un promedio de mil visitantes mensuales. 

Sus nueve áreas permanentes permiten recorrer la historia del tren a través de piezas originales: la fragua donde se fundían metales, la carpintería con una maqueta de ferromodelismo a escala, la biblioteca, los antiguos telégrafos que comunicaban estaciones, un coche campamento, un cabús de primeros auxilios, un vagón galería, un coche escuela y un vagón de exhibición.

Torreón pasó de rancho a ciudad, gracias al silbato del tren
Evaristo Madero, abuelo de Francisco I. Madero invirtió en el proyecyto | Enrique Torres


La máquina 11-40: “Lo que el tiempo se llevó” 


Entre todas las piezas del museo hay una que roba la atención desde la entrada: la locomotora 11-40, apodada “La máquina de lo que el tiempo se llevó”. Fabricada a inicios del siglo XX, fue puesta en servicio en 1924 y operó durante décadas, hasta ser trasladada a Puebla en 1957 para modificar su sistema de combustible de carbón a diésel.

Posteriormente, regresó a Torreón y permaneció en los patios de ferrocarril ubicados donde hoy se levanta el Instituto de Música de Coahuila. 

Finalmente, al crearse el museo, la 11-40 fue instalada en la explanada principal, donde se ha convertido en la favorita del público. “Es la más emblemática, porque representa toda una época. Es también la más fotografiada por los visitantes”, asegura Martínez.

Los museos y la memoria de una ciudad


El Museo del Ferrocarril no está solo. En Torreón existen otros recintos que narran la evolución de la ciudad, como el Museo del Algodón y la Casa del Cerro, y todos guardan una estrecha relación. 

No es casualidad: justo frente a la Casa del Cerro pasaban las vías por donde circulaban los trenes cargados de algodón. Ese cruce entre la historia del ferrocarril y la industria algodonera explica el vertiginoso crecimiento de la ciudad durante el cambio de siglo.

Visitar estos museos no es solo un paseo cultural, es un viaje en el tiempo. Las exposiciones permiten imaginar a los antiguos ferrocarrileros forjando piezas en las fraguas, a los telegrafistas transmitiendo mensajes urgentes o a los pasajeros que abordaban un vagón con la esperanza de un nuevo destino.

El progreso a bordo 


El silbido de la locomotora no solo anunció la llegada del progreso; también marcó el nacimiento de la identidad lagunera. Sin el ferrocarril, 

Torreón difícilmente habría pasado de rancho a ciudad en apenas tres décadas. La urbe se convirtió en un nodo ferroviario, comercial y cultural del norte del país, donde la vida giraba en torno a las estaciones, los talleres y el incesante ir y venir de mercancías.

Hoy, a más de un siglo de aquellos primeros viajes, los rieles permanecen como cicatrices de hierro que recuerdan que por aquí pasó la modernidad

Y aunque los trenes de pasajeros desaparecieron, la memoria de aquel tiempo sigue viva en el museo, en las anécdotas de los ferrocarrileros y en cada fotografía en sepia que muestra a Torreón naciendo al ritmo de los vagones.

El ferrocarril no solo fue un medio de transporte: fue el hilo conductor que unió el desierto con el mundo, la chispa que encendió la transformación urbana y el motor que hizo que la Comarca Lagunera se escribiera para siempre en los mapas de México.


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