Hay gente que cree que la poesía es un lujo. Una mariconería para intelectuales con lentes gruesos y becas del Estado. La verdad es que la poesía es tan necesaria como una copa de vino, o dos, después de un día jodido. Sin ella, el mundo es solo un taller mecánico insípido, donde nadie tiene idea de lo que hay que arreglar.
Me puse a pensar esto después de salir a la calle y ver a un tipo gritándole a una mujer porque se tardó un minuto en avanzar con el siga. Un minuto. El tipo estaba rojo, la vena del cuello a punto de reventar, y yo miraba en silencio. Pensé: estas situaciones pasan cuando la vida de la gente se queda sin poesía.
La poesía no es literatura. La poesía verdadera está en la vida cuando se asoma lo inesperado: cuando Kubrick me recibe con su hueso rosa en el hocico como si fuera un trofeo, cuando Rulfo se tira en medio de la sala como un filósofo derrotado, o cuando Cascarita me habla para que lo baje del sillón y me mira con esa cara de “¿pues no que me ibas a cuidar?”. Eso es poesía. Parece cursilería, pero son esas acciones las capaces de llenar de ternura cualquier vida, y también de salvarla.
La poesía es abrir los ojos en la mañana y tener una razón, aunque sea mínima, para no mandar todo al carajo. Está en la amiga que te escribe justo cuando pensabas que a nadie le importabas. En el desconocido que sostiene la puerta sin esperar nada. En el compañero de trabajo que comparte un cigarro a medianoche porque no hay nada más qué hacer que fumar en silencio.
Sin poesía te vuelves una burócrata más, una máquina que checa entrada y salida, que paga cuentas y cree que vivir es cumplir horarios. Sin ella te mueres antes de tiempo: sigues caminando, pero ya no estás. De esos está lleno el mundo: zombis con traje y tenis, con uniforme, con celular en la mano.
La poesía es la última trinchera. No cura el cáncer, no arregla gobiernos, no te da empleo. Pero te salva del vacío. Te recuerda que hay algo más que la rutina y la mierda de cada día. Que la vida no se mide en victorias ni en likes, sino en esos instantes raros que no sirven para nada… salvo para que sigamos respirando.
Si me preguntan dónde está la poesía, lo digo sin vueltas: en los bares oscuros donde alguien canta mal en la rockola, en la carcajada que rompe el silencio en un velorio, en el café que te ofrecen en el trabajo después de un día difícil. Poesía es lo que pasa cuando lo inútil se convierte en lo único que importa.
Necesitamos poesía como necesitamos amistad, un perro dormido en el sillón, una sonrisa inesperada, un rayo de sol que atraviesa la ventana cuando menos lo esperas. La necesitamos porque rescata del desastre. Porque, aunque no cambie el mundo, nos sostiene lo suficiente para aguantar un poco más.
Así que sí, se pueden reír de la poesía “inútil”. Pensar que es un pasatiempo de débiles. Mientras tanto, muchos sabemos que seguimos vivos gracias a ella. Me hierve el buche.