Cultura

Dinero para la cultura

  • Vesperal
  • Dinero para la cultura
  • Tomás de Híjar Ornelas

“Hay cinco fuentes de financiamiento para la cultura: el sacrificio personal, la familia, los mecenas, el mercado y el Estado. Todas pueden liberar o esclavizar, aunque de maneras distintas. Todas tienen consecuencias en la calidad de la obra, más allá de sus efectos en la situación económica de los participantes”.

Así de claro comienza el intelectual regiomontano Gabriel Zaid un artículo publicado en el año 2002 que a la vuelta de una década será título de una colección de textos desgranados en fechas distintas pero con el mismo propósito: ventilar las fuentes del financiamiento de un derecho que entre nosotros sólo alcanzan unos pocos y no por falta de recursos sino por la mala forma de administrarlos.

Este columnista se propone echar su cuarto a espadas bajo tan congruente modelo, que pudiera jactarse de no haber recibido nunca dinero público por su labor como intelectual, en esta y sucesivas colaboraciones con un solo propósito: exhibir los andrajos que ahora se venden como seda labrada bajo el rubro cultura ante el clamor que despierta en el gremio el riesgo de que hoy como nunca se seque la teta de una ubre que por tantos años mantuvo a los intelectuales orgánicos: el nacionalismo cultural.

Tendríamos qué remontarnos al siglo Ilustrado para rastrear los primeros esfuerzos por darle a lo que entonces se denominaba Nueva España y no mucho después Imperio Mexicano para quedar, finalmente, en Estados Unidos Mexicanos, un eje cultural articulador desde las raíces prehispánicas, si bien será hasta las postrimerías de la siguiente centuria cuando se engaste en mármoles y bronces, rituales, culto y parafernalia, merced a la imposición ideológica del grupo al que Ipandro Acaico calificó, en memorable soneto, como “victoriosa facción republicana”, en el fruto literario más conspicuo en todos sentidos, la monumental enciclopedia de historia México a través de los siglos, publicada en 1884 por Espasa-Calpe a costa del gobierno mexicano, cantera de la que se valdrán sus glosadores desde sus más íntimos y personales intereses para borrar a muchos pueblos y ciudades sus nombres propios por el de algún prócer afín a su gremio y hasta uniformar sin el menor rubor los de las calles de los lugares grandes y chicos.

Empero, no será sino hasta la gestión del primer Secretario de Educación Pública, José Vasconcelos, entre 1921 y 1924, cuando cuaje la necesidad de darle hondura al nacionalismo cultural capitalizando talentos y dándoles ocasión de mostrarse en la liza pública de lo que entonces se denominaban bellas artes: literatura, arquitectura, escultura, pintura, música y danza en proyectos auspiciados por el Estado.

Paradójicamente, ya en ese tiempo hubo una necesidad absolutamente ideológica: hacer cuanto fuera posible por limpiar la visión sagrada de la cultura popular, tan mezclada de catolicismo, derivando de ello un combate que en primer plano la dañará en su esencia junto con el bagaje humano y comunitario subsumido en ella.

Por otro, se procreó una casta de intelectuales “orgánicos”, aduladores, críticos a cuentagotas y “empresarios de la cultura”, que hallaron del dinero público destinado a la cultura un pingüe e inagotable filón. 


Google news logo
Síguenos en
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.