DOMINGA.– Afuera, en la banqueta, hay un plantón en República de Cuba que no duerme. La vida se ha mudado a ese campamento improvisado con tres tiendas de campaña y lonas que apenas alcanzan. Todo se ha vuelto resistencia.
Los vecinos cocinan juntos lo que reciben de donaciones: arroz, frijoles, pan dulce. Se turnan las noches para vigilar que nadie más entre al número 11. Ahí, tres habitaciones siguen con las luces encendidas, como si cuidaran el lugar en ausencia de sus dueños.
Adultos mayores se quedan sin hogar
El edificio, pintado y reparado por los mismos vecinos que impermeabilizaban techos, cambiaban cisternas y renovaban boilers, fue violentado el miércoles 27 de agosto.
Ese día, hombres con el rostro cubierto y mazos en mano irrumpieron en los departamentos. No mostraron ninguna orden judicial. Destruyeron puertas de madera, soldaron entradas y sellaron el acceso con candados.
Los vecinos dicen que los intrusos “se drogaban”, fumaban mariguana mientras destruían sus muebles y metían pertenencias en bolsas negras que luego subieron a una camioneta blanca estacionada en la esquina.

La mayoría de los desplazados son adultos mayores, muchas son mujeres. Ese día, el violín y la guitarra de la señora Margarita quedaron destrozados, al igual que las litografías y fotografías que guardaba como tesoros familiares. Algunos objetos reaparecieron después, confundidos entre las pertenencias de otros; pero muchos más se perdieron para siempre.
Lilia Pérez Quinoco, con 52 años en el departamento 6, alcanzó a rescatar la ropa, pero perdió su refrigerador y muebles. Aun con cáncer y después de haber sido operada de la matriz, el riñón y el pulmón, sigue yendo a consulta médica y se mantiene en el plantón:
“Hemos de regresar a nuestro techito”, dice.
Silvia, del departamento 2, lamenta la pérdida de un gabinete y de un mueble donde guardaba los zapatos de su hijo cuando era pequeño. Lupita Mendoza, la inquilina más antigua, fue sacada con todo y su tanque de oxígeno. Nunca llegó la ambulancia que solicitaron, así que su hijo mejor se la llevó hasta su casa para conectarla al suero.

María del Rocío Quevedo, con 59 años en el número 3, ya estaba fracturada cuando ocurrió el desalojo: dos costillas rotas y una mano inmovilizada.
Dos días después, un dolor intenso la llevó al IMSS, le dijeron que ahora eran cuatro costillas quebradas.
“Uno de los malhechores me aventó contra el sillón”, relata.
Perdió su cocina integral, cajas de zapatos y dinero. Hoy, mientras se recupera, reclama que ninguna autoridad ha dado alguna explicación concreta.
Pero luego de una audiencia judicial el miércoles 24 de septiembre, surge cierta esperanza: podría existir un camino legal para regresar a sus departamentos.
Los desplazados por Airbnb tienen una luz de esperanza
Hace unos días, la revista DOMINGA publicó la crónica Les robaron todo, menos el aguante: las familias de Cuba 11 resisten al despojo. El texto de Guillermo Rivera narra que policías y encapuchados irrumpieron en el viejo edificio y arrojaron a la calle a más de 70 vecinos, debido a la gentrificación.
En los últimos días, la Escuela Nacional de Trabajo Social de la UNAM llegó a darles una charla sobre derechos humanos.
Los vecinos sospechan que el dueño del bar La Purísima, que está en la esquina, podría estar involucrado en el desalojo. Su nombre aparece en papeles firmados en Tizayuca, Estado de México, donde supuestamente se concretó una compra ilícita del inmueble. Sin embargo, nadie en República de Cuba número 11 recibió notificación ni aviso sobre esa operación.
Entre lonas y tiendas de campaña, se perciben signos de resistencia: papel picado tricolor ondea desde el 15 de septiembre, y en la entrada se encuentra la imagen de Santa María La Juaricua, la “santa de todos los desalojados”, traída desde otro plantón como símbolo de solidaridad.

Durante más de 20 días, Elia y Sara cocinaron para los vecinos, y su solidaridad se hizo presente en cada comida compartida. Una adolescente pedalea tranquilamente entre muebles y estufas, compartiendo el espacio con los vecinos que se turnan para cuidar el lugar.
Aun así, la precariedad es evidente. Cuando llueve, el agua se filtra por las lonas, faltan platos y cubiertos desechables, y les hace falta un baño.
Esta historia de despojo no es aislada: ya hubo un desalojo en el Callejón Héroes del 57, número 21, aunque ahí sólo colocaron sellos.
El edificio contiguo, Cuba 12, se transformó en un hotel llamado Singular Centro Histórico, que se oferta ahora en Airbnb. La transformación de la calle es clara: lo que antes eran viviendas de personas que llevaban toda una vida ahí, ahora se destina a turistas y alquileres de corto plazo.
El 24 de septiembre, durante una audiencia judicial, el abogado que los acompaña les dio cierta esperanza: les dijo que aún podría existir un camino legal para regresar a sus departamentos.
Mientras tanto, el gobierno de la Ciudad de México sólo ha ofrecido un cheque de 4 mil pesos mensuales por departamento y la posibilidad de hospedarse en el Hotel Dos Naciones.
No han denunciado los robos de manera individual porque ni siquiera saben con certeza todo lo que se llevaron. La señora María del Rocío, por su estado de salud, aún no logra hacer inventario de lo perdido.
En medio de un Centro Histórico que cambia para turistas y rentas, ellos permanecen, frente al edificio que durante décadas llamaron hogar, resguardándolo como un tesoro. Su resistencia apenas comienza. Las luces de Cuba 11 continúan encendidas: una prueba de que la lucha sigue.
GSC/ksh