“La forma de gritar es no acudir a votar (...) Los mexicanos de bien no deben salir a perder su tiempo; al contrario, deben desaparecer de esas urnas”. Con esos argumentos, algunos senadores en funciones llaman a la ciudadanía a no votar, a quedarse al margen este domingo.
Este año, por primera vez, los ciudadanos elegirán diversos cargos del Poder Judicial. Más allá de las interpretaciones políticas, el momento es inédito. Y aunque el modelo tenga áreas de mejora, boicotearlo no lo transforma, entenderlo sí. Hay personas valiosas en la boleta, muchas con años de carrera judicial, sin partido, sin estructura, sin recursos. Personas que quieren servir a su país desde su trinchera, en silencio y con vocación.
A ellos también se les vota. Abstenerse es negarles la oportunidad de demostrar que hay quienes están dispuestos a competir con integridad.
¿Cómo saber si quien no vota lo hace por rechazo, olvido, indiferencia o ignorancia? La boleta en blanco no grita, no argumenta, no moviliza. En cambio, el voto informado sí. La historia no ha cambiado por espectadores, sino por ciudadanos.
Hay quienes dicen que un solo voto no hace la diferencia. En términos estadísticos, puede que tengan razón. Pero la democracia no es un ejercicio individual, es una acción colectiva. En ese sentido, quien se abstiene no está protestando, está cediendo su lugar en la toma de decisiones. Literalmente: deja que otros decidan por él.
Votar es el acto democrático más poderoso que tenemos. Supera cualquier comentario en redes, cualquier indignación en una mesa de restaurante o cualquier meme viral. Es una forma concreta de formar parte del rumbo de todos nosotros.
¿El sistema es perfecto? No. ¿Hay retos por delante? Sin duda. Pero la democracia se corrige participando, no abandonándola. La historia se consolida desde las urnas.