Política

¿Premio o trampa?

Hemos declarado la guerra a la comida chatarra. En nuestras escuelas de educación básica ya está prohibida la venta de los antojitos embajadores del colesterol y la glucosa en sus instalaciones.

Y es que muchos productos actuales deberían tener más advertencias que una caja de cigarrillos: pastelitos, cereales azucarados, refrescos, helados, donas, nuggets, hot dogs y hasta “jugos” que tienen de fruta lo mismo que una roca.

¿Y los papás, mamás y todos esos puestos que convierten la salida de clases en una pasarela de frituras? ¿Prohibimos… pero sólo dentro de la reja? Queremos que nuestros hijos coman sano, pero no estamos dispuestos a quitarles el “premio” que nosotros mismos les enseñamos a desear.

Porque la verdad es que los adultos también somos adictos. ¿Te has fijado cómo gran parte del marketing de la comida chatarra se apoya en la nostalgia? Vemos un Gansito y no pensamos en los 24 gramos de azúcar que contiene, sino en el recreo de quinto de primaria. Así, con la presión emocional, repetimos la historia con nuestros hijos: les damos lo que a nosotros nos hizo felices, sin detenernos a pensar en lo que realmente estamos heredando: obesidad, diabetes, y una relación tóxica con la comida.

Esta semana, James Quincey, CEO de The Coca-Cola Company, rechazó que las medidas de la SEP hayan tenido impacto significativo en la compañía. La cultura del snack está tan tatuada en nuestra cotidianidad, que ellos no necesitan publicidad: nosotros la hacemos por ellos cada vez que brindamos su producto como símbolo de recompensa o amor.

Justo en tiempos de aranceles comerciales y del impulso a lo “Hecho en México”, los alimentos permitidos—como los tlacoyos de nopal, elotes con limón o las lentejas— no solo son más saludables, sino también más nuestros. Son identidad, cultura, historia. No vienen con juguetes, dibujos de mascotas, envoltorios coloridos, ni aparecen en caricaturas; no tienen un Tigre Toño, pero sí un abuelo o una tía que alguna vez te enseñaron a prepararlos desde cero, con manos y cariño, no con colorantes artificiales.

¿Y si dejáramos de ver los snacks como un premio y empezáramos a verlos como una trampa? No se trata de satanizar el antojo, sino de promover equilibrio. El problema no es el chicharrón, sino convertirlo en hábito diario sin verduras ni actividad física. Decidir cambiar una barrita de chocolate por una jícama puede parecer mínimo, pero esas pequeñas acciones silenciosas pueden marcar la diferencia. 


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Alan Austria Anaya
  • Alan Austria Anaya
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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