El domingo 1 de octubre del 2023 fue más que un día de misas y eventos sociales para la grey católica del sur de Tamaulipas. Fue un día que dejó una herida profunda en el corazón de toda persona que sufrió por el derrumbe de la Iglesia de la Santa Cruz, que cobró 12 vidas humanas incluyendo menores de edad y una familia completa.

El reporte se dio al teléfono de emergencias del 911. Reportaban el colapso de una iglesia en la colonia unidad nacional de Ciudad Madero. El día estaba soleado y completamente despejado. Todo parecía transcurrir con normalidad; nadie se imaginaba lo que acababa de suceder.
El máximo suceso que pondría a prueba la fe de las familias, no solo de la localidad, sino también a nivel estatal, nacional e internacional. La caída de un templo, al cual los fieles acuden en busca de la salvación y el lugar que menos se imagina, pudiera ocurrir una tragedia de tal magnitud.

Desde la zona de accidente, los presentes no podían creer lo que veían y más que ello, deseaban que todo fuera una pesadilla. Todavía no llegaban las autoridades. Había gente corriendo, gritando y llorando por todos lados.
Personas saliendo de entre los escombros con el rostro cubierto de polvo de cemento, heridas que sangraban por diferentes partes del cuerpo.
Había una persona en la banqueta en posición fetal pidiendo que la ayudaran, visiblemente afectada por lo que ocurrió y lo más increíble, fue que al poco tiempo esta persona ya no contaba con vida.

Los presentes gritaban el nombre de sus familiares porque no los encontraban. Corrían desesperados, llamaban al teléfono 911 y trataban de levantar la pesada placa de concreto que les fue imposible mover siquiera un centímetro.
Lo peor fue ver a un pequeño que sacaron debajo de una de las bancas sin vida. Pero no había quien le llorara, quién preguntara por él, quién buscará la forma de ayudarlo, porque sus padres también fallecieron en el mismo hecho.
Riesgo continuaba siendo latente
El riesgo aún era latente ya que había paredes en el aire sin ningún tipo de poste de apoyo y que en cualquier momento se podían venir abajo. Los rescatistas y voluntarios que comenzaron a llegar poco a poco estaban exponiendo su vida, por rescatar cuerpos o sobrevivientes.
El padre Vargas quien en ese momento estaba dando la ceremonia de misa de primera comunión, estaba todavía en shock y parecía que su voluntad era la única que lo movía ya que su mirada se veía vacía o como si estuviera su mente en otro lugar.

Luego de las autoridades de emergencias también llegó un sujeto a bordo de una retroexcavadora que intentó meter la máquina para levantar el concreto. Pero esto Solo hizo que todos los demás se preocuparan ya que podía aplastar a alguien o provocar el colapso del concreto y aplastar a quienes aún se arrastraban para salir. Tuvieron que bajar al operador que al ver su desesperación, también tenía a alguien importante en ese accidente.

Al mismo tiempo que se sumaban más voluntarios para intentar hacer algo en favor de los heridos y víctimas, ya se estaban compartiendo los primeros videos a través de redes sociales principalmente en Facebook donde se observa desde un negocio de comida a escasos metros, como en cuestión de segundos toda la losa se vino abajo.
Se observa como aún y con el techo completamente en el suelo la pared de la puerta principal se mantiene en pie. Un hombre sale corriendo por la puerta y logra salir de este inmueble pero cuando todo parecía estar bien, este enorme muro de concreto se vino abajo, aplastándolo en su totalidad, como si la misma muerte lo hubiera estado persiguiendo hasta lograr alcanzarlo afuera del derrumbe.

Los sobrevivientes quedaron atrapados entre las bancas, ya que una vez que cayó la losa, se convirtieron en cuevas, pues el cedro con el que estaban construidas logró soportar todo el peso y amortiguó el golpe hacia los frágiles cuerpos de los presentes.
Instinto de supervivencia se hizo presente
El instinto de supervivencia permitió que los jefes de familia buscaran salidas por un costado en donde se encontraba una pared con ventanales que daban hacia una zona segura bajo una techumbre de metal.
Con el uso de sus celulares y piedras que encontraron comenzaron a romper los cristales y las estructuras de aluminio que adornaban estos huecos que se convirtieron en una puerta de escape a la salvación.

Por este lugar, quedaba hacia la calle Chihuahua de la colonia Unidad Nacional, lograron salir los primeros que habían quedado sepultados bajo el concreto. Tenían visibles golpes en la cabeza, respiraban agitados. El terror estaba en su mirada. Abrazaban a sus hijos con tanta fuerza que no podían evitar se le salieran las lágrimas, por verlos con vida, pero al mismo tiempo sentir mortificación, por sus demás seres queridos que no estaban a la vista. No sabían si estaban vivos o muertos.
“Lo primordial fue sacar a mi hijo, rompimos los vidrios y nos salimos, cuando voltee a ver a un costado de mi donde estaba mi familia, ya no veía a nadie, solo estaba la losa derrumbada, yo pensé que todos estaban finados, pero de repente salió mi hermano, mis compadres, sacaron al bautizado y ayudaron a la gente a salir, los que no estaban atorados”, dijo Moises Martínez Sánchez, uno de los sobrevivientes.
Reconocieron que había personas bajo las piedras con heridas mortales que pedían ser ayudados a salir, pero sabían que si los movían en ese momento, iban a complicar la situación pues tenían heridas expuestas y de gravedad. Así que con todo el dolor de sus corazones optaron por solamente ayudar a quienes estaban no prensados para que las autoridades hicieran lo propio con los casos más difíciles.

Desesperación y caos
“Ayuda, no me quiero morir, ayuda” eran los desgarradores gritos de un señor por el que ya nada se pudo hacer al tener el 50% de su cuerpo aplastado y que al final no logró salir con vida de este lamentable accidente.
Los teléfonos comenzaban a sonar, entre las personas que ayudaban, los testigos y las personas que estaban llegando con todo tipo de ayuda, se trataba de sobrevivientes, que en medio de la desesperación y el caos, tuvieron la inteligente idea de reportarse vivos bajo el concreto, dando la ubicación de donde se encontraban sentados en el momento de que colapsó la losa, para que así, pasaran el reporte a los socorristas y supieran en dónde buscar.
El padre Ángel Vargas, con los ojos completamente rojos de las lágrimas que querían explotar, estuvo haciendo oración, al mismo tiempo que exhortaba a todos los presentes a guardar absoluto silencio para escuchar las voces por más débiles que fueran de aquellos que necesitaban urgentemente ser sacados debajo del cemento.
“¡Silencio¡” Es lo que gritaban mientras alzaban el puño al cielo como señal para todos para que nadie hablara ni hiciera movimientos bruscos. Hubo quienes fueron a las papelerías cercanas para escribir esta misma frase en lonas y utilizarlo en diferentes puntos para facilitar esta tarea.

El párroco cuando no pudo contener el llanto fue en el momento en que llegó el entonces obispo de la diócesis de Tampico José Armando Álvarez Cano a quien abrazó con tanta fuerza, llorando como un niño desconsolado. Pues en este momento no lograba comprender cómo es que había ocurrido esto, pues se trataba directamente de un severo golpe a su fe.
“Agarré a mi hija y salimos corriendo porque no sabíamos si iba a volver a colapsar esa parte, mi hijo el mayor salió lastimado pero caminando solo, cuando vi a compadre le dejé a los niños y me regresé porque yo no sabía nada de mis papás ni mis hermanos que quedaron bajo el concreto, mi marido también se regresó, les habló debajo de las piedras, empezó a sacar a toda la familia, lastimados pero con vida, gracias a dios mi familia estamos completos”, dijo Irma Gaspar Iturbide, quien ahora vive para contar su historia.
Esta familia estaba celebrando una Primera Comunión y en la casa ya tenían todo preparado para el gran festejo con pastel, un rico banquete, música y decoración, pero al final tuvieron que donar todo, pues ya no hubo ánimos para absolutamente nada.

Apoyo comunitario
Comenzaron a llegar toda clase de herramientas se sumaron sindicatos de trabajadores, empresas privadas, ciudadanos comunes, quiénes llevaron plantas de luz, palancas, palas, picos y gracias a todo esto lograron sacar la cabeza de un pequeño que estaba prensada debajo de este derrumbe.
“Se escuchó un fuerte estruendo, no tengo palabras para describir todo lo que vivimos, lo que hicimos fue salvarnos entre nosotros, primero los niños, mi esposa, mis hermanos, compadres, amigos, también apoyamos a más gente, a la que se pudo porque otros estaban prensados, de hecho a un sobrino de 6 años lo sacamos con un gato hidráulico porque su cabecita estaba entre la banca y un gran pedazo de concreto”, fue la vivencia de Oscar Martínez Sánchez.
Llegó la oscuridad de la noche y para ese entonces la mayor parte de las personas ya habían logrado salir, algunas con vida y otras fallecidas. Pero en horas de la madrugada, se tuvo que suspender el rescate de lo que mencionaban era una persona más sin signos vitales de acuerdo a los radares que se emplearon.

Para el 2 de octubre llegaron los refuerzos, los denominados topos de la Ciudad de México. Llegaron con unidades caninas y comenzaron a registrar todo este sitio ubicado entre calle Nuevo León y Chihuahua en la Unidad Nacional de Ciudad Madero.
Finalmente lograron sacar a la última persona que se encontraba debajo de los escombros, y como ya se tenía previsto, no contaba con signos vitales.
El desenlace de un trágico día que aún se recuerda
El saldo final fue de 12 personas fallecidas y al menos 60 sobrevivientes malheridos, al menos una decena de ellos se encontraban hospitalizados de urgencia en diferentes hospitales de la zona sur de Tamaulipas, quién es poco a poco lograron darse de alta aunque algunos de ellos requirieron más de un mes de internado.
Lo que más destacó fue la unión entre toda la población ya que en todo momento hubo agua y alimentos por parte de comercios, tiendas y familias que estuvieron llevando por más de 24 horas a todos los voluntarios para que recargaran fuerzas y continuaran con su loable labor.

En la actualidad hay personas que no lograron regresar a una vida normal ya que quedaron discapacitadas. Tal es el caso de Martina Nieto Sánchez quien perdió a tres sobrinas en el accidente, una de ellas, también perdió a su hija de tan solo siete años de edad.

La maestra jubilada tuvo tres fracturas que hasta el momento la han obligado a usar andador y ahora depende de una persona que la atiende a diario, porque no puede valerse por sí misma.
“Todos los gastos corrieron por nuestra cuenta, no hubo indemnización la funeraria se pagó entre la familia, ya no regresamos a nuestras vidas normales. Se me hace increíble que ya haya pasado un año pero agradezco que sigo con vida, aunque varios de mis familiares no pudieron decir lo mismo”.
Como esta hay más de 60 historias de sobrevivientes que estuvieron precisamente en ese momento dentro de la iglesia de la Santa Cruz, al momento en que el cielo se les vino abajo.
JETL