Ahora que releo el Quijote ha ocurrido un hecho extraño: gracias a la prosa de Cervantes he sentido la cosquilla de volver también a otras queridas páginas de otros queridos autores de su época. Por lo pronto, y sin soltar la mano al caballero de la triste figura y su fiel escudero de apellido Panza, pasé a dar un llegue (esta expresión mexicana es hermosa y muy precisa en su populachera vaguedad) a Jorge de Montemayor y a Góngora. O sea, tres monstruos del Siglo de Oro al alimón para no dejar margen a la duda sobre la calidad literaria que siempre está a merced de las pupilas y el espíritu.
A propósito de este simultáneo de los clásicos españoles pensé de nuevo en un hábito de la humanidad: poner en competencia lo que es posible disfrutar sin amargarse la vida con podios olímpicos. Pasa en todo, y más ahora, en estos tiempos en los que competir es un valor, una virtud apreciada principalmente en la literatura de autoayuda. Tan lo es que si decimos en público que no deseamos competir, de inmediato los hipotéticos interlocutores ya nos están clasificando de mediocres y conformistas. La mentalidad del “emprendedurisno”, horrible palabra incrustada en el español desde hace dos días, ahora lo atraviesa todo, incluso los espacios en los que no es necesario poner en competencia ni armar cuadriláteros para peleas improcedentes.
¿Quién es mejor, Mozart o Beethoven, Picasso o Dalí, Caballé o Berganza, Fuentes o Paz, Messi o Ronaldo? La pregunta abre falsas disyuntivas, pues es posible disfrutar a los diez por igual, además de que las disciplinas no son excluyentes, porque sería como preguntar ¿qué es mejor, la música o la pintura? Obviamente no es necesario responder.
Todo lo bien hecho, todo lo grande, todo lo difícil, todo lo estimulante para el alma es mejor, no excluye lo demás. Puede uno tener alguna inclinación (yo a Messi sobre Ronaldo y a Picasso sobre Dalí, por ejemplo), pero eso no significa que lo demás quede arrumbado en el rincón de los desdeñados. Así, prefiero a Cervantes sobre Góngora y Montemayor, ciertamente, pero cuando se me antoja leer a Góngora o a Montemayor ellos son en ese momento los mejores. Los mejores que además no excluyen a los otros que en su momento serán eso, también los mejores.